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Las peligrosas mentes adocenadas.|


Por: José Dídimo Escobar Samaniego

En el tiempo presente de pandemia, es menester, a pesar de las limitaciones objetivas que se imponen en razón de los lineamientos salubristas para evitar el contagio, contar con la libertad necesaria para poder pensar creativamente en la compleja respuesta a la crisis, sin sujeción alguna, porque no puede limitarse el pensamiento y la respuesta adecuada y correcta que consiste en ejercer un control consciente y estrictamente necesario y en donde todos, o por lo menos la mayoría nos identifiquemos, sin olvidar aquel pensamiento de Omar Torrijos que estableció que entre uno más consulta, menos se equivoca.

Sé que existen consejeros, con mentalidad adocenada, enemigos de la libertad, que como ellos no son los que dan la cara, seducen al poder Ejecutivo a fin de que se continúe con un control policial excesivo en la sociedad, se proscriban peligrosamente las manifestaciones, y en fin se ajusticie o criminalice a todos los que pueden tener una visión distinta del manejo de la crisis, o en razón de las amplias necesidades en la hora actual se manifiesten de alguna forma.

Afortunadamente conozco al Señor presidente de la república, lo suficiente como para saber que está profundamente comprometido con consultar a todos los sectores sociales, con hacer una administración transparente y que quienes desarrollan actos de corrupción, sean investigados y que asuman la responsabilidad por sus actos y que tiene claro su papel de presidente y líder del país, y en ningún modo se cree un emperador que se impone caprichosa y arbitrariamente a los demás Órganos del Estado.

Administrar la crisis actual, y salir del hoyo profundo e insondable en donde estamos, requiere de una genialidad inusitada, de virtudes supremas, no solo enfrentar el problema inmediato que tiene que ver con la vida y la salud de los panameños, sino que simultáneamente deben ser vistos todos los aspectos, sin descuidar ninguno, de la vida social, económica, jurídica y cultural.

Es la hora, en donde está prohibido ser vulgares, torpes, mediocres, con escaso mérito o destacados en casi nada. La historia nos ha llamado, y no es casual que estemos vivos la generación presente, porque, hoy transitamos un momento de profunda oscuridad que, a mí, sin embargo, me presagia un gran amanecer. Porque la noche nunca se hace tan oscura, sino justo antes de amanecer.

Y es que nadie puede amar la libertad, sino reside en esa persona la virtud del amor y el respeto a la dignidad humana, y además si no se le desea infinitamente.

“La Historia, que enseña todas las cosas, ofrece maravillosos ejemplos de la grande veneración que han inspirado en todos los tiempos los varones fuertes que, sobreponiéndose a todos los riesgos, han mantenido la dignidad de su carácter delante de los más fieros conquistadores y aun pisando los umbrales del templo de la muerte”

Tenemos que hacer un alto y saber que si nuestro propósito de rediseñar al país no es legítimo ni verdadero, no podemos apelar a nuestro pueblo que sufre los desmanes y las secuelas de los regímenes que por una década desgobernaron al país, y hace apenas un año atrás fue desmontado por el pueblo, el cual se dedicaron a entronizar una cultura de tiranía y maleantería donde se denigró perversamente la dignidad de nuestra gente y ahora, habiendo dejado en quiebra al país, nos llegó desde hace año y medio, esta pandemia como para rematarnos fulminantemente.

Porque no se trata solamente de salir del mal en que estábamos inmersos, y el indeseado huésped que ahora, desde hace 18 meses, nos ha visitado al mundo entero, sino que, en la estrategia de la reconstrucción y la salida de las cenizas, debemos recuperar el sueño de todos y sobre todo de los más pobres, de que la justicia social y una verdadera democracia es posible, en la cual lo principal sea la gente. Eso es patriotismo, ese es el ejercicio de la libertad que nos fue legada hace casi 200 años y que nos obliga a investigar y a procesar a los que articularon y ejecutaron el más grande latrocinio que conoce nuestra historia y que agredió a mansalva la más pura nobleza de nuestro pueblo y que ahora nos encuentra íngrimos, desnudos, desprovistos del Estado de Bienestar que debió acompañarnos.

Si de algo tengo certeza, es precisamente que, por voluntad de Dios, todo esto nos ha sobrevenido, pero debemos ver en medio de la tragedia, una verdadera oportunidad para construir una sociedad profundamente humana, en donde todos contemos y nadie sobre.

Es necesario que volvamos a la senda del respeto, del decoro y de la decencia. Que quienes nos representen en las distintas instancias constitucionales de los poderes públicos, sean ciudadanos con virtudes, gente honesta y que desde su propio testimonio apuntalen la legitimidad de todas nuestras instituciones y no delincuentes como suele ocurrir que, asesinen a mansalva, la legitimidad de nuestro poder público.

La justicia es al alma, lo que la salud al cuerpo. La primera obra que debemos emprender como sociedad es la de reformar al Estado en su conjunto, pues no podemos sostener las instituciones que hoy no resuelven nuestra convivencia pacífica por lo injustas que son.

Porque sin justicia no hay paz, y sin paz no hay salud, y sin salud todo es un desastre. Porque torcer la justicia o manipularla como ocurre hoy, es un pecado delante de Dios y un delito delante de los hombres.

No es posible que, a casi 200 años de nuestra primera independencia, aquí en este, nuestro país, tengamos un sistema de privilegios rodeados de solemnidad, e igualmente ofensivos a la miseria en que se revuelca dolorosamente casi la mitad de nuestros compatriotas.  No es posible que todavía se mantenga una cantidad de consulados que se convierten en botín para algunos escogidos y que estos compartan el fruto de la injusticia con altos funcionarios, como si la Patria fuera una piñata. Lo mismo sigue ocurriendo con los notarios públicos. Esas prácticas representan una ofensa inaudita y sin justificación alguna a la inteligencia y a la sencillez y decencia de nuestro pueblo. Son insostenibles, frente a la actual calamidad pública, que existan salarios y emolumentos que representan una bofetada a los pobres de nuestro Panamá. En medio de la crisis, debe de adoptarse una decisión política de que todos los salarios superiores a cinco mil balboas, deben ajustarse a esa cantidad. No se pueden sostener salarios de lujo en medio de semejante crisis mundial y nacional en la que una familia debe vivir al mes con 80 balboas. Todos tenemos que ajustarnos el cinturón.  El que no esté dispuesto a ejercer con esta nueva condición, deberá poner su cargo a disposición, porque imperará el Artículo 46 de nuestra Constitución Política que dice: “Cuando de la aplicación de una ley expedida por motivos de utilidad o de interés social resultaren en conflicto los derechos de particulares con la necesidad reconocida por la misma ley, el interés privado deberá ceder al interés del público o social”. Y seguramente que existen muchos panameños que están dispuestos a servirle al país, independientemente del monto de los emolumentos.

Es tiempo de recobrar la pujanza de nuestra nación, que no consiste sólo en obras de infraestructura, sino además en un proceder respetuoso de la dignidad de todos, un recobro de los valores y principios de lo que constituye el patriotismo y el “alpinismo generacional”.

Es tiempo de la transparencia y de la decencia, es el tiempo del respeto y la dignificación de todos los panameños, sobre todo los que han sido abandonados por los que prefirieron amar al dinero antes que a Dios y a las personas, porque nos esperan duras jornadas para salvar de la esclavitud y del hambre a miles de compatriotas, que caerían como moscas, y como consecuencia de la avaricia de los que nunca entendieron que cuando el pueblo elige a un gobierno, es  para que le sirva y no para que, en nombre de sus ambiciones, lo exponga al vituperio  y termine por asaltarlo como ha ocurrido y hoy tenemos una dramática realidad, en la que el COVID-19, vino a derramar el vaso y a exponer nuestra triste realidad.

¡Por un país decente y una patria para todos!

¡Así de sencilla es la cosa!

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