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Entre el dolor y la felicidad.

José R. Acevedo C.

 

Hace cinco meses que su corazón sangra, sufriendo la misma pena impuesta a Sísifo, por el poderoso Dios del Olimpo. Es una pesada carga, que él cree que el tiempo atemperará y al final va a concluir aceptando que su amigo, su fiel amigo, por quien estaba dispuesto a dar su vida y de igual manera sabía que también era correspondido, relación intensa, sostenida por aquel hilo de acero, llamado amor que les unía, hacía de cada reencuentro, un frenesí de alegría y un derroche de cariño, que se desbordaba como la furia de la creciente, del cercano río.

Él representaba alegría, cada paso, cada mirada fija y penetrante, cada ladrido, su cola frenética, fue su alfabeto, su lenguaje para comunicarse con Manuel y su familia.

Manuel lo conocía perfectamente. Cuando venía corriendo desde el patio o de la sala, y se echaba en el suelo del salón de entretenimiento, era porque fue regañado o venía sin duda la llamada fuerte de atención, había orinado en la alfombra o en la pata del sillón. En ese momento a Manuel se le reflejaba una sonrisa ligera y cómplice, su amigo buscaba refugio y sin duda lo tendría. Si era necesario, para sentirse más seguro saltaba y se subía al sillón y se sentaba entre sus piernas, siempre mirando hacia donde venía la voz del regaño. Regaño que al final, terminaba en más cariño para él y de inmediato saltaba al suelo, convirtiéndose en la sombra de Andrea, de cada uno de sus pasos, al punto que el tropiezo era constante y de otro reclamo, al que por supuesto no le prestaba la mínima atención.

La alegría terminó cuando nadie lo esperaba. Como siempre Manuel salió temprano para su trabajo, le vio dormido en su rincón favorito y supo que estaba bien. Ese día su oficina iba sería fumigada, por lo que, debía retirarse hasta el otro día. Abordó su vehículo raspando el mediodía, tal como estaba el tráfico, tuvo que tonar la zona de pago o corredor. De pronto recibe una llamada, ya antes se le informó que a Rubio se le llevo de urgencias al veterinario, por una fuerte gastritis, en ese momento no era nada para alarmarse, pero esta última llamada, le pedía que se presentara al veterinario. Tiene una intuición poderosa, y de inmediato supo que algo de gravedad estaba pasando. Su corazón se aceleró y no soportó más, como hacen los hombres, a solas se permitió llorar, lo hizo hasta que bajó del vehículo.

Al entrar a la clínica veterinaria, encontró a su familia desbastada. Rubio estaba en los brazos de su hija Isabela, que le sostenía suavemente y le hablaba con más cariño, él permanecía muy quieto, estoico con su mirada fija. Manuel se acercó a su hija Isabela y esta no le pudo hablar, aunque no había nada oficial, supo que debía tomar una decisión que le rompería para siempre su corazón. Aprovechó y le acarició la carita, sus suaves orejas y le dio un beso, apenas pudo contenerse para no llorar.

Al poco tiempo es llamado al cubículo de la veterinaria. Entró y se quedó de pies. Si sentaba ya no tendría fuerzas para levantarse y debía comunicar que había decido sobre el futuro de Rubio. Preguntó cuáles eran las opciones para Rubio. Los exámenes no eran buenos. Los riñones prácticamente ya no le funcionaban, estaba sufriendo mucho con sus quince años de vida.

Manuel suspiró un momento antes de decidir, si autorizaba dormirle. Preguntó cómo era el procedimiento. La veterinaria le dijo que era sencillo, le aplicaría una inyección indolora y que en segundos se dormiría. Manuel, autorizó con mucho dolor, que durmieran a su fiel y amado amigo.

Le correspondió estar con él, hasta el último instante. Él no dejaba de mirarle, después de quince años también conocía a Manuel. La despedida fue dolorosa. Rubio le miraba fijamente, mientras Manuel sostenía su patita. Solo se escuchó una queja cuando entró la aguja, no era dolor, Rubio, así le decía hasta siempre. En segundos, sus ojos marrones se dieron la vuelta, quedaron oscuros y abiertos.

Manuel abandonó la sala y se abrazó con su familia. Estaba convencido que Rubio estaba muerto y pidió que lo cremaran. Antes de retirarse preguntó cuándo le daban las cenizas de su amigo. En diez días le contestaron.

Llegado el momento recogió las cenizas y las enterró en el jardín, y se hizo el milagro, crecieron exuberantes las flores, antes eran mustias, sin brillo sin color.

Manuel ve las fotos de Rubio varias veces durante el día y su corazón vuelve a entristecer. Y así transcurrieron cinco meses, pero el dolor permanece igual.

Manuel fue de compras a poca distancia de la clínica donde vio a su amigo con vida por última vez. Recordó cada acto de ese día, tomó su celular, fue a galería y repaso cada una de las fotos que tenía de Rubio, una lágrima desobediente se escapó hasta su barbilla.

De regreso a casa, el tráfico estaba sumamente lento. Tomó una desviación, conducía lentamente, mirando todo alrededor, era una calle que no conocía muy bien y quería ubicar la salida a la vía principal. En una esquina estaban varios perros, deteriorados por la pesada carga de estar en el abandono. Escuchó un ladrido inconfundible. ¡No podía ser, lo que pensó! Seguro no era Rubio, se dijo:” es un ladrido muy parecido” y continúo la marcha.

Una semana después transitaba cerca del lugar. Volvió la inquietud y la duda. Manuel decidió investigar. Regresó a la calle donde había escuchado los ladridos. Estacionó y se dispuso a recorrer el lugar. Empezó a caminar, no era un buen lugar, sentía un ambiente extraño y se notaba que era un desconocido en el lugar. Al llegar a la esquina, divisó cuatro perros, dos de color negro y dos marrones, evidentemente cruzados, no se podía distinguir la raza. Más adelante observa una alcantarilla, a la entrada hay un perro de mediano tamaño, de mal carácter que le ladra agresivamente, en advertencia de no acercarse. A poca distancia hay una venta de pollo asado, compra uno y se lo parten en trozos pequeños. Regresó a la entrada de la alcantarilla y le tira un pedazo al agresivo perro, el cual cambia de inmediato su agresividad. Al poco tiempo ya tenía a su lado cinco perros abandonados, de repente por la parte de atrás sin notarlo un perro se le acerca y ladra, era el tono del ladrido que lo llevó allí, al darse la vuelta sus ojos vieron a Rubio. ¿Estaba vivo y cómo puede ser? ¡Se parece mucho, más no puede ser pensó! ¡Rubio está muerto, se reafirmó! El perro le olfatea, le mira profundamente y le ladra, igual como lo hacía Rubio. Un escalofrío le invade. Ahora tiene muchas dudas. ¿Qué hago, me lo llevo, si es un perro de la calle? Es idéntico. ¿Será Rubio? ¡No puede ser, es imposible, internamente se reiteró! De pronto el perro se le pone de frente y empezó a ladrarle, Manuel hace un ademán como para jugar, el perro sale corriendo, da tres vueltas de treinta metros y regresa. Manuel le da un pedazo de pollo, éste lo huele como hacía Rubio y lo come lentamente con desconfianza. ¡No puede ser, no puede ser, se dijo! Lo vio comer el pollo y fue al vehículo a buscar algo. Tenía que hacer una prueba. Tomó una bolsa donde estaba la cuerda para pasearle y cuando la vio, los saltos ya no dejaron dudas. Se la colocó y lo pasea por el parque cercano. Luego el perro, como antes, se dejó acariciar, y al agarrarle la oreja, el mismo gesto como de morder muy suavemente, pero sin agarrar la mano. Luego el perro se dirige hasta donde estaba el vehículo estacionado, se pone justo al lado de la puerta de siempre para subir. Subió en el puesto del copiloto, le abrió la ventana para que sacara la cabeza y su pelaje lanudo se pegaba a su ropa.

Llegó a casa. Tan pronto apagó el motor, ladró tres veces como anunciado su regreso. Tanto fue su ladrar que Andrea, salió a ver. Impaciente bajó por la silla del conductor y con la cadena caminó hasta la puerta y entró. Andrea quedó muda, cuando la vio, empezó a mover su cola y correr entre la sala y la cocina, como siempre y saltó al sofá, donde le gusta estar. Manuel tampoco dijo nada en ese momento. Había una intriga impactante.

Manuel estaba convencido que era Rubio. Le contó a Andrea cómo y dónde le encontró. Ella como era de esperar mantenía dudas, las que se disiparon, al acercarse la hora de la comida. Como siempre, le empezó a ladrar y como ella no le ponía atención, la tomó de la muñeca de la mano entre sus dientes, sin hacer daño y la llevó a la cocina. Ya no tuvo duda, es Rubio. La noticia le llegó a Isabela, quien sin dudar llegó a los pocos minutos. Él al verla se le tiró encima y empezó a besarla, llanto y felicidad, fue lo siguiente.

Pero quedaban respuestas a encontrar. Manuel al día siguiente decidió no ir al trabajo y llegar al fondo del asunto y conocer los hechos. Se acercó a la veterinaria y pidió hablar con la médica. Esta le reiteró que Rubio murió y le mostró los documentos. Manuel le reiteró que estaba vivo, no llegaron a un entendimiento. Al salir de la clínica se le acerca el ayudante y de manera confidencial le informa que la dosis que se le aplicó a Rubio para dormirlo sin regreso, estaba deteriorada, solo lo durmió, lo dejó comatoso más de doce horas. Él despertó en la madrugada esperando para ser cremado y para evitar un escándalo, lo sacó y lo dejó en la calle cerca de la clínica. No dijo nada a la médica ni directivos, aseguró. Después tomó cenizas de otro perro y las etiquetó como las de Rubio. Para la médica y los directivos de la veterinaria el procedimiento se cumplió.

Manuel decidió no descubrir a su fuente y cayó. Retornó a la casa y explicó lo sucedido. De alguna manera el tiempo que estuvo en coma Rubio, generó reacciones químicas y hormonales en su cuerpo que le originaron inmunidad y reactivación de células infuncionales.

Rubio fue llevado a otro veterinario que también lo atendía. Se le hicieron los exámenes y esta vez, salieron mucho mejor. El médico les dijo que está bien, pero ya tiene mucha edad, cuídenle todo el tiempo que queda.

Manuel, Andrea, Isabela y demás familiares, ahora están felices, la tristeza desapareció y cada segundo con él, es un tiempo de vida infinito de felicidad y salud. Rubio regresó de la muerte y se comporta peor, pero Andrea lo consiente más, sin dejar los regaños.

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