La metáfora “todo el mundo ama a Hitler”, de haberse fraguado en el Hollywood de aquellos días, hubiera pegado con tubo.
No debemos olvidar que los gobiernos de occidente, Inglaterra, Francia, España, Estados Unidos, etc. contribuyeron a rearmar a Alemania como una especie de gallito de pelea, una especie de gallo tapao” contra la Unión Soviética.
En Estados Unidos, sectores vinculados a la Banca y fábricas de armas [los Bush, por ejemplo], tenían nexos económicos y políticos con Alemania.
El Ku Klux Klan y otras organizaciones eran y todavía son pronazis. Las actuales masacres raciales en ese país tienen ese sesgo, tal vez implantadas en el inconsciente colectivo mundial.
No hubo país en los que no hubiese buco fans de Hitler. En todos los avecindados con Rusia, inclusive en la misma Unión Soviética. En América Latina, por supuesto, en todas las esferas sociales, había pronazis delirantes, los hubo, los hay, a pesar de la propaganda descalificadora en su contra cuando el muy bruto, sin querer queriendo, pactó la paz con Rusia e invade Polonia.
Ese viraje, ese cambio de guion [apuntar sus cañones hacia el Este, no al Oeste, como estaba previsto] les metió miedo a sus mentores [aliados] europeos.
El nazismo no murió con Hitler. Está más vivo que nunca. Esta vez globalizado, universalizado, neoliberal, multinacional, transnacional, grabado en el inconsciente colectivo, al punto de que mucha gente lo es y no lo sabe.
No por otra razón, el dramaturgo alemán Bertolt Brecht lo dijo al término de la Segunda Guerra Mundial:
“Señores, no estén tan contentos con la derrota de Adolf Hitler, porque, aunque el mundo se haya puesto de pie y haya derrotado al bastardo, la perra que lo parió está nuevamente en celo”. PRO
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