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El Deficit Moral Que Nos Asfixia


Lic. Victor Collado S.

Se percibe, se siente y sufre una losa pesadísima que impide que el país termine de levantarse y empiece a andar por y hacia donde debe.
No se trata de carencias económicas o de ausencia de políticas públicas reales pese a que ambas ausencias nos afectan y en mucho. No disponemos de los recursos para salir de las privaciones materiales con la inmediatez deseable e insistimos en quejarnos por la invisibilidad oficial de hacer, incentivar o promover acciones de respuestas a los reclamos generales, sin emprender lo que deberíamos hacer por iniciativa propia.
Los gimoteos recurrentes son un estado de terapia quirúrgica social con efectos inertes que no producen veredictos finales y generan placeres blandos sin poderes curativos.

Examinemos dolencias morales relevantes en Panamá.

LA CORRUPCIÓN
No ha nacido nadie en Pmá. que no haya hablado a gritos sobre la corrupción en tribunas, plazas o púlpitos. Esa abundancia de palabras no ha producido un sólo personaje que haya o esté enfrentando el problema de raíz y de una vez por todas. De cuerpo y alma, de forma constante y consecuente. Con tuerca y tornillo hasta el final. De caiga quien caiga, que es la única fórmula de cómo debe ser esta batalla.
Este flagelo social tiene sus efectos multifacéticos, y en especial hace que algunos rasgos de la comunidad entren en cuidados intensivos, tales como la esperanza, la confianza, las actitudes y aptitudes, la búsqueda de nuevos horizontes. En resumen: se crea una situación depresiva de abatimiento, cansancio, infelicidad e irritabilidad.
Hace buen tiempo, los corruptores y corruptos son una plaga dedicada a sumergirse en la versión ístmica del río Jordán pretendiendo la purificación por un día pero una vez se secan el agua, siguen siendo lo mismo sin remedio. Son una especie de omnipresentes para los cuales no hay rendija que les impida penetrar.

LA MEDIOCRIDAD
Pocas cosas han influido tanto en el déficit moral de la República como la falta de un líder, un guía, una persona en quien confiar y seguir, y con probadas pruebas de fidelidad y consistencia. Esta arista es escabrosa porque han habido personajes, con legiones de seguidores, asegurando que este o aquel son, y fueron, los paladines del cambio y la redención. Cuestionar esa aureola no es simple, tendría efectos discutibles y porque, además, el impacto coyuntural de algunas personalidades resulta cierto y contundente. El bache en el liderazgo hace posible la aparición de personas en carrera mortal por ese título a pesar que pocos o nadie les reconocen cualidades. La ausencia del líder, creíble, probado y con carácter, genera un vacío de incertidumbre, un hoyo de tal calibre que un fulano pelagato, con facultades para ser agitador de carpa, pero bien publicitado y con conexiones, termina recibiendo respaldos impensables y suelen desembarcar en cargos de exposición y ruido para lucrar de la vida, sin ideales ni destino, vendedores de imágenes. Son personajes-cometas, vegetativos, con elasticidad para adaptarse a todo lo que les convenga. Adoptan el mimetismo como valor supremo. Sumisos como novatos monaguillos. Medrosos a su gusto. Involucionan a la perfección, y son ecos porque no tienen verbos, como dijo el ítalo-argentino José Ingenieros.
En fin, el mediocre sobrevive en disimiles profundidades y por su especial personalidad, son capaces de remontar hasta una inesperada hecatombe. Por fortuna apenas generan bullicio durante su paso fugaz ya que son ejemplos vivos de un realismo ingenuo. Su destino concluye en el anonimato porque es el hábitat que se acomoda a su idiosincrasia inflada.
Aunque el ambiente desesperanzador pudiera empujarnos a la cómoda opción que insinúa Mark Manson en su libro «El sutil arte de que te importe un carajo», tal disyuntiva no debe ni puede ser el camino a transitar, literalmente hablando.
Para enderezar el camino hay que localizar estos vicios y reducirlos al mayor grado de insignificancia posible porque, además de guabinosos, los mediocres, igual que los corruptos y corruptores, se encuentran por doquier y donde menos se les imagina.
Cumplida así la tarea, la misma equivaldría tanto como tocarle las puertas a la verdad de una vez por todas y en serio.

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