Editorial

Cuando la pretensión del gobierno es aplastar a los educadores cercándolos cobardemente y rindiéndolos por hambre, a las organizaciones obreras, en fin al pueblo, especialmente a los originarios y a los más pobres, uno se pregunta, qué clase de alma existe en la administración del Estado que, procure tan impacientemente la destrucción del país.

Para el gobierno de Mulino, es de poco o ningún valor o importancia la soberanía nacional, tampoco le interesa, en virtud de su propia confesión, la unidad nacional y mucho menos un gobierno de Unidad nacional.

Denosta el presidente, es decir, injuria gravemente o infama de palabra desde tribunas internacionales a los panameños, no ahorra palabras para insultar, ofender en forma prepotente, lleno de soberbia y altives a las grandes mayorías del país que no pensamos como él, ni nunca podríamos coincidir con su escala de valores en las que cree que, el país es un gran potrero y nosotros reses y él, el dueño y capataz.

Se entromete en los asuntos de otros órganos del Estado y tiene en poco el orden constitucional. Ha prometido liquidar organizaciones sindicales y persigue a sus dirigentes. Emplea recursos del estado para reprimir a las personas y suprime caprichosamente los derechos humanos de los panameños.

Pero ahora, por la vía del terror, pretende imponer un clima en donde el miedo paralice a los ciudadanos y allí, desmovilizados, declarar su victoria, aplastar a los educadores y hacer con el país lo que mejor le plazca. Pero se ha encontrado con un amplio y mayoritario rechazo popular y la férrea resistencia de hombres y mujeres que solo le temen a Dios, personas que no venden sus principios y que no están dispuestos a transar la libertad y la dignidad con que nos revistió Dios al darnos el derecho a la existencia en esta hermosa tierra llamada Panamá.