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Voces Suplicantes.|


Pedro Luis Prados S. (In Memoriam)

Una larga tradición arrastra la práctica de contratar mujeres para acompañar a los difuntos lamentando la pérdida y exaltando sus virtudes o sus defectos, y que en nuestros días ha encontrado voceros oficiosos en la tarea de exaltar o degradar adversarios políticos. Esa tradición que se remonta al Antiguo Egipto y es asimilada por el teatro griego dando protagonismo a las Erinias y a las Euménides en las obras de Eurípides y Esquilo, es trasladada por los romanos a la España visigoda y luego a nuestra América con el nombre de lloronas o suplicantes. Tradición milenaria que estando a punto de desaparecer es revitalizada por la práctica política y la incidencia mediática.

Por eso no debe sorprendernos que, en medio de las múltiples crisis que abruman al país y al resto del mundo, del drama cotidiano de enfermedad y muerte que demanda los más ingentes esfuerzos de sus gobernantes y ciudadanos, y de las falencias sucesivas de las autoridades para hacer frente a las necesidades humanas mas elementales, la sola postulación de Ana Matilde Gómez como candidata a un cargo de Jueza de la Corte Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de los Estados Americanos, haya provocado, como un meteorito demoledor en una selva del pleistoceno, una conmoción capaz de remover pasiones personales y comunicados de agrupaciones que la propia dinámica de la sociedad ya había olvidado por sanidad mental o por la obsolescencia de su naturaleza.

Tres días de debates, improperios, descrédito e injurias han sacudido la opinión pública dejando de lado temas lacerantes como el número de contagios; la cantidad de muertos en las salas de intensivos; la carencia de vacunas para proteger al personal de primera línea; el informe actuarial amañado y alarmante de las finanzas del Seguro Social; la ausencia de los informes de transparencia sobre los gastos incurridos durante la pandemia; las crecientes cifras de desempleo; la irrisorias bolsas de comida para los sectores populares; la violencia que azota las calles y miles de temas más que aplastan la vida cotidiana del panameño, han sido suspendidas, puestas entre paréntesis, para descargar toda una avalancha contenida de amarguras sobre una mujer a la que no se le puede perdonar es el querer colocar la efigie de Temis en el anfiteatro de la conciencia ciudadana.


No es del caso debatir aquí sobre el mérito de los personajes que de la noche a la mañana se sacuden los polvos de olvido y desprestigio para hacer gala de principios de la ética que nunca estudiaron y menos practicaron; tampoco se trata de descalificar el rosario de argumentos insustanciales que enlistan comunicados de agrupaciones que se amamantaron de pasadas satrapías; tampoco se trata de convencer a aquellos que no la consideran meritoria para el cargo. Esas cosas no tienen importancia frente al hecho concreto de que estamos viviendo en una sociedad cuyos niveles de enajenación, carencia de sentido crítico y pobreza de elementos cognitivos la hacen presa del infundio diario, de la diatriba insustancial y los lleva al olvido de sus propias carencias. Eso solo tiene un nombre: Ignorancia.

Porque no es necesario ser un conocedor de las contradicciones dialécticas para darse cuenta de algo que por sentido común se nos presenta a la vista. La única beneficiaria de la alharaca montada por los medios, de los esfuerzos de politizar la designación y de satanizar la figura de la candidata es la propia víctima. Retirada del hemiciclo legislativo por su propia voluntad –su reelección hubiera sido ratificada con creces– se reincorporó a sus funciones docentes de una universidad privada en la que funge como Decana de la Facultad de Derecho. Salvo en ocasionales entrevistas sobre temas puntuales su aparición pública es en extremo ocasional. Sin embargo, como un rayo mañanero, cae como por arte de magia una avalancha mediática que la coloca como figura de primera plana en la prensa nacional.

Decía Martin Heidegger, el más notable filósofo alemán del siglo XX, al referirse a las formas de relaciones interpersonales del hombre en su “ser en el mundo”, que esa dinámica existencial se mueve por “las habladurías, la avidez de novedades y la ambigüedad”. la búsqueda de aquello que se dijo o lo que no se dijo; de lo nuevo acontecido o inventado y del chisme matizado por las imprecisiones son elementos constitutivos en las relaciones de ser unos con los otros, y que entre algunos panameños parece tomar carta de naturaleza. Acomodaticio y carente de sentido crítico se sacude, balbucea, inventa y da vueltas una y otra vez sobre el tema sin poder concluir cuál es el quid del asunto. Incapaz de seguir la lógica de una reflexión ordenada, basada en la información, con un balance comedido entre los argumentos es víctima de la desazón que deja la falta de certeza y termina repitiendo infundios que al oído otro más sagaz inoculó en su cerebro.

Por eso aquellos creadores de fábulas que han echado al ruedo acontecimientos reacomodados (post verdad, le dirían los especialistas de comunicación), se encuentran con un panorama confuso e incontrolable. En lugar de afectar la imagen de la exdiputada, lo que han hecho es colocarla en la primera fila de la opinión pública, dándole una notoriedad mediática sin costo alguno y que ella no se la esperaba. En un afán desmedido por sumirla en el anonimato, la han colocado en el primer lugar de popularidad si se hiciera una encuesta al día. Sin haber hecho absolutamente nada, sin proponérselo, ha divido el gabinete del gobierno, desviado el debate del informe actuarial del seguro social y dejado en un halo de suspensión la tragedia diaria de la pandemia. Una extraña paradoja se desprende de esta situación, porque en el caso de que Ana Matilde sea propuesta definitivamente gana; pero si no la proponen, igualmente gana. Si llega al juzgado de la Corte Interamericana de Derechos Humanos gana; pero si no llega, también gana. De manera que para sus detractores por donde tiren los dados, aunque vengan cargados, pierden.

De seguro Ana Matilde tomará la opción que mejor le parezca, tal vez también disfrute, al igual que yo, esta situación absurda y ridícula que pone de manifiesto el hecho de que el sentido común no es el más común de los sentidos. Cualquiera sea su opción es un asunto personal que tiene que decidir de conformidad a sus expectativas de realización personal, pero en ese duro filo de las decisiones me atrevo a decirle que, si allá hará un trabajo necesario, acá también la necesitamos en el difícil panorama venidero que amenaza este país. Y como nos decía un recordado profesor de secundaria para prepararnos contra las falsedades y animadversiones: “Dejad que los perros ladren a la Luna, ella nunca bajará hasta ellos”.

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