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El insostenible silencio cómplice.|

Editorial

Pareciera que en lontananza queda aquello de un periodismo crítico e incisivo y de periodistas desatados de cadenas, no sometidos a los caprichos e intereses oscuros de los dueños de los grandes medios.

Desde Mariano Arosemena, Gaspar Octavio Hernández, Manuel Celestino González y tuve el privilegio de conocer a Ricardo Lince Micolta, Mario Augusto Rodríguez, Mario Benedetti, Roberto Núñez Escobar, Carlos Núñez y algunos recientemente fallecidos como Andrés Vega Cedeño y Danilo Caballero, y otros como Iván Zurita, Norma Núñez Montoto, Rafael Candanedo, Ramón Castellanos, Rubén Darío Murgas, Mélida Sepúlveda, Bósquez Di Giovani, Lissette Carrasco entre otros, que viven todavía y que cuestionaban con valentía a los gobiernos, a los funcionarios y hasta las empresas cuando se apartaban de una conducta legal o ética ante la sociedad.

Hemos denunciado, desde este medio, la inconsistencia legal y constitucional del ejercicio público de nuestra bisoña canciller, quien regresó desde la semana pasada al país y celebró aquí una reunión con el secretario de Estado de EE.UU. Antony J. Blinken y otros homólogos de Latinoamérica, en lo que podría ser una reunión de yo con yo, para atender más que temas como inmigración y corrupción que deben ser atendidos por nuestras autoridades, lo más probable es que, se trató como efecto pudo ser, de una reunión de control geopolítico del traspatio y porque lo sostenemos que; no se puede servir al país, quien haya adoptado otra nacionalidad si, antes no se procede con el cumplimiento del orden constitucional de la restitución de la ciudadanía conforme al numeral 10 del artículo 161 constitucional.

Sin embargo, pareciera que atrás quedó el periodismo cuestionador, porque a pesar de la exposición mediática de la señora Canciller, no le he escuchado a nadie preguntar lo que lo que es imperativo y procedente, si lo que queremos es ejercer periodismo y no relaciones públicas oficiales.

El país no merece que, por la inobservancia de nuestro orden constitucional y legal, nos veamos en la condición de ser representados por quienes no pueden hacerlo por imperio del impedimento de nuestra propia constitución y que, además, resistamos la Ley fundamental que nos sirve para que nos llamemos un Estado de derecho y lo que es lo peor, que quienes deben preguntar, con su silencio pusilánime, terminen siendo cómplices del daño que le hacemos a la ya maltrecha república.

¡Así de sencilla es la cosa!

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