Groseros, insostenibles, inmorales e inconstitucionales Privilegios
Por: José Dídimo Escobar Samaniego
Pudiéramos pensar que, cuando una persona es elevada al solio presidencial de nuestro país, ella entiende que es un privilegio poder servir a los panameños de conformidad con las elementales reglas de principios éticos y morales. Eso sería lo justo y también correcto.
Sin embargo, los que han sido señalados para tan alto privilegio en la nación panameña, especialmente en los últimos 35 años, han convenido en medrar e infringirle un serio daño a la república, por cuanto la sociedad panameña, a pesar de los desatinos que han cometido los mandatarios, que generalmente hacen su gobierno y sus políticas para apoyar a los sectores más pudientes del país y en el mejor de los casos no cambiar el estado de cosas que arruina cada día a los ciudadanos, mientras que los panameños debemos asumir la carga tributaria para garantizar privilegios a los expresidentes, (escoltas 24 horas y secretaria) por la suma de más de 250 mil balboas anuales. A un solo expresidente, los panameños pagamos por 27 años de disfrute de privilegios la suma de más de 4 millones y medio de balboas, suma que debería servir para enfrentar serias y acuciantes necesidades que sin resolver están todavía.
En la actualidad subsidiamos onerosos privilegios a 6 expresidentes que, además de privilegios y salario, le hemos permitido partidas millonarias a discreción, pero dadas las circunstancias de grave crisis fiscal y financiera, no puede sostenerse ningún privilegio más y estos expresidentes que vivan de sus ahorros como el resto de los mortales panameños. Como quiera que estos privilegios lo tienen por un mecanismos abiertamente ilegales, inconstitucionales e inmorales, Mulino para poder creerle su pregón de austeridad y vacas flacas en las finanzas públicas, debe ser consecuente y proceder a derogar tales instrumentos infames, si no lo hace, quedará al descubierto su hipocresía y el discurso oficial de austeridad, quedará sin piso ni techo.
Para satisfacer los privilegios de seguridad de los últimos seis expresidentes, el Estado, es decir los contribuyentes, deben desembolsar anualmente la suma de un millón y medio de balboas, suma con la que puede construirse un centro médico, una muy buena escuela, algún puente que evite las muertes de personas en la Comarca o impedirían el crimen alevoso de cerrar la biblioteca Nacional, como tiene en sus planes.
Estos mismos son los presidentes que nos hundieron en una deuda externa pública que, ya casi es inmanejable, pero, además, son los que engordaron la planilla del estado y los que toleraron y hasta impulsaron la corrupción que hoy ha trastornado la convivencia pacífica y la economía de los panameños hasta hacernos abrevar en la tragedia.
Cómo premiar desde nuestra famélica condición de las finanzas públicas, fruto de su actuar y resultados, a quienes deberíamos enjuiciar y hacer que con sus prosperidades producidas cuando ocuparon el solio presidencial, porque se sirvieron con cucharon grande, asuman parte de la carga que ahora nuestro pueblo con angustia y dolor tiene que agobiarse y cargar la cruz del suplicio.
Ya, por los años que han pasado y al no renunciar a esta consagrada injusticia, no podemos esperar generosidad política, estatura y grandeza humana de quienes disfrutan con el fruto de la angustia ciudadana, convirtiéndose en gente incapaz de hacer méritos de arrepentimiento que les permita alcanzar misericordia. No podemos pedir peras al Olmo.
Este privilegio, venido de un resuelto ejecutivo, es contrario a la Constitución que establece la imposibilidad de sostener algún tipo de privilegio, incluso por el cargo que se pudiera ejercer, en alusión al principio y garantía de la igualdad constitucional de los ciudadanos en Panamá.
El haber mantenido esta injusticia y la franca colisión con la Constitución política por los ciudadanos que han tenido el privilegio de ser presidentes del país, dice mucho de ellos y de la incoación o facilitación de la corrupción que, como comején, carcome nuestras instituciones y nos ha conducido al puerto del oprobio y a la indignidad.
En alguna vez mi padre me dijo que grandeza y generosidad solo se puede esperar de gente humilde que no tenga apego por las cosas materiales y que nunca podía esperar eso de gente altiva y orgullosa, desapegada del amor a Dios.