Por: Dr. José R. Acevedo C.
El Sísifo de la mitología griega y no exactamente el de Albert Camus, fue condenado a la eternidad en el Tártaro griego, a subir consistentemente una pesada roca por la cuesta de una empinada elevación y cada vez que se acercaba a la cima, se resbala y vuelve a empezar, nunca logra coronar con la roca la cima. Fue castigado por su avaricia, que le llevó como comerciante a cometer múltiples asesinatos para apoderarse de los bienes de otros comerciantes.Camus se centra en el valor de la vida y la posibilidad del suicidio, utilizando al mito de Sísifo, como la pesada carga que a gran parte de la humanidad la sume en la desesperanza y en la inutilidad del esfuerzo, sin obtener los frutos que desea o al menos se merece.
En el gobierno de cualquier país latinoamericano, la persona que es servidor público o funcionario público, casi todos los días tiene la vivencia de Sísifo, porque se esfuerza en el cumplimiento de sus funciones, es visible, para lograr escalar o una permanencia, y así de pronto, un recomendado político sin mayor mérito tiene una permanencia y mejor salario. A diferencia de Sísifo, este servidor público no ha cometido ningún crimen, pero la política y los políticos lo sancionan con la frustración y desesperanza. No logran coronar sus esfuerzos, ven que son inútiles y pierden la esperanza de planificar su futuro, porque tienen las habilidades, destrezas y conocimientos para hacer bien su trabajo, sin embargo, siempre están en la mirada de los gamonales de cada administración pública, al ser los primeros elegidos para la destitución.
En que momento de su vida los políticos harán una verdadera reflexión, autocensura, del manejo político en la administración pública, por el bienestar de todos o el bien común, y reconocerán los méritos de un ejército de panameños profesionales, capaces y estudiados, dándoles la estabilidad dentro de la administración pública y que sus sueños tengan una base no solo posible, también con garantías de legitimidad legal. Por justicia, estos funcionarios públicos que todos sus días laborables caminan sobre la cuerda floja, merecen respeto a su dignidad, la virtud que por naturaleza humana contiene el resto de las demás virtudes.
Es fácil que la cabeza del gobierno y de cada poder del Estado, ordene dar estabilidad a estas personas, totalmente visibles, trabajan todos los días y son objeto de sanciones cuando faltan e incumplen, ante otros no visibles o botellas que cobran ilícitamente un salario, sin hacer el mínimo esfuerzo.
Este numeroso grupo de panameños, todos sus días empujan la pesada roca del sueño incumplido hacia la cima de la cuesta. Seamos sensibles, humanistas y justos, denles justicia, la que se han ganado con su esfuerzo cotidiano.
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