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El portillo, antes que austeros.

Por: José Dídimo Escobar Samaniego

A mí me criaron mis padres bajo el principio de la austeridad y de que nos arropábamos hasta donde la manta alcanzaba. En consecuencia, no teníamos nada suntuoso, no desperdiciamos ni comida, ni dinero en lo que no era necesario y no le dábamos cabida a la vanidad, que hace que las personas presuman una condición que no tienen, ni pueden sostener.

Vivir aterrizados en el suelo es; lo que aconsejan las actuales circunstancias, de una seria crisis económica sistémica que, venía desde hace rato limitando y disminuyendo paulatinamente el crecimiento económico y peor aun, diezmando el desarrollo económico social que, son cosas muy distintas.

Durante más de 25 años, hubo crecimiento económico alto, pero eso no se reflejó en desarrollo humano. Después de la privatización de los servicios públicos y de la venta de las empresas públicas, la riqueza nacional se concentró en pocas manos y más de un millón y medio de panameño resultaron “promovidos” hacia una pobreza sempiterna, mientras que los beneficiados con el negocio de la privatización, se llevan millones y millones de ganancias, en donde solo invirtieron una guayaba, en lo que es un escape de divisas que genera escases de liquidez que, por supuesto, no es invertida en el desarrollo nacional, sino que sirve a otras economías de las metrópolis.

El Estado era numeroso en su planilla, porque tenía recursos de dónde echar mano para financiarse. En ese entonces el Estado era motor de la economía. Solo el Instituto Nacional de Telecomunicaciones (Intel), además de generar 3,600 empleos directos, muy bien remunerados, impactaba, además, en cerca de 20 mil empleos indirectos y aportaba al Estado directamente 150 millones anuales, lo que representa casi 210 millones de dólares a valor presente. El IRHE representaba el doble de empleos, de impacto en la economía y de ingresos directos al Estado casi 500 millones de dólares. Hoy, todos esos ingresos han ido a parar por 28 años a manos de privados que se han encontrado una mina de oro en los servicios públicos del pueblo panameño, que están encarecidos supremamente. Ahora el Estado, su tamaño financiero en planilla, es cuatro veces más grande que antes, sin que sus servicios sean más eficientes y con ese sector empresarial que además es dueño de los servicios públicos, evadiendo al fisco por un valor de más de 10 mil millones de dólares anuales en su conjunto.

En el manejo de la cuestión económica del país, y en la elaboración de la Ley de presupuesto para el año fiscal, 2026, lo que se puede observar, sin ser experto, es una conducta de una incomprensión o desconocimiento deliberado de la situación, porque ese proyecto que acaba de ser aprobado y que ahora es Ley de la República, no atiende el concepto de austeridad y en muchos casos, por el contrario, el aumento en la planilla y no precisamente para el área de salud y educación, sino en servicios personales, es decir, contratos por servicios profesionales, alquileres y la satisfacción de las necesidades del clientelismo, son evidentes, como igualmente injustificables, y especialmente el aumento del financiamiento de las fuerzas de represión de forma inaudita.

El actual gobierno empresarial del Estado, ha rehusado invertir en la reactivación de la pequeña y mediana empresa, pero recientemente el gobierno pasado apoyó a la Banca privada  con más de tres mil millones de dólares, que no producen casi nada de ingresos al fisco, pero sí genera altas ganancias para el capital financiero privado. Es decir aquí se ha apoyado sostenidamente a los que más tienen, dejando de un lado a los que pudieran generar nuevos empleos sanos.

Hacernos “los chivos locos” y mantener gastos suntuosos, y como si nada extraordinario pasara en el país y en el mundo, es una actitud, más que irresponsable y peor aún, recurrir sempiternamente a pedir prestado para mantener hasta lujos, en medio de la pobreza y la corrupción manifiesta, es no tener ninguna consideración con las futuras generaciones que tendrán que asumir las consecuencias de la suprema irresponsabilidad presente.

Pedir prestado y llevar al país a una situación peligrosa de manejo de la deuda, equivale a hipotecar soberanía y la independencia del país. Es liquidar toda posibilidad de desarrollo y autonomía de las actuales y futuras generaciones. Hoy debemos más de treinta sesenta mil millones de dólares,  y el gobierno actual lleva más de cinco mil millones de dólares prestados, incluso pedir prestado para pagar deuda, lo cual es un despropósito.

Esto no es sostenible en el tiempo, no es sostenible ni para la calidad de las finanzas públicas, ni para el país», sin embargo, se aferran al endeudamiento externo, pero sin precisar que dichos recursos son para invertir en áreas de nuestra economía que generen un factor multiplicador, y no para mantener una alta planilla, privilegios, aumentos inmorales de salarios y lujos insostenibles en medio de la dramática situación del país, como realmente lo estamos viviendo.

Supuse que lejos de pedir prestado, habría un recorte de gastos, no solo en viáticos internacionales, que nos ajustaríamos las correas y hacemos que todos, sin excepción, asumamos la carga tributaria conforme a la capacidad de cada cual, principio fundamental de la justicia tributaria, pero parece que me equivoqué. Hay quienes prefieren arroparse con la manta de nuestros nietos y bisnietos, que cuando crezcan o nazcan, ya no tendrán un país libre, sino grilletes que les heredamos ahora, porque lejos de asumir una conducta responsable conforme al drama que nos ha tocado vivir, nos hemos dejado arrastrar por la decrepitud, por la corrupción y el hedonismo.

Pareciera que toda esta decrepitud está dirigida a generar una grave crisis en donde puedan, los que gobiernan, justificar la imposición de la reapertura de la mina en Donoso, a cuenta de salvar a la nación, por encima del Estado de Derecho y la Constitución Política y terminemos dándole gracias a FQM por el rescate, mientras nos roban nuestra riqueza mineral y destruyen nuestras condiciones para la vida en el territorio nacional.

Que nuestro Dios Eterno y Misericordioso permita que abramos los ojos, y nos apartemos oportunamente del peligroso abismo en donde la ignorancia conveniente quiere que nos precipitemos.

¡Así de sencilla es la cosa!

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