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De la aristocracia del talento y la meritocracia a la burda recomendación clientelista

Por Gonzalo Delgado Quintero

Cuando el Partido Revolucionario Democrático (PRD) mantenía como parte de su estructura de dirección, al Frente de Servidores Públicos y de Profesionales, se hacía mucho énfasis en la necesidad de la preparación académica y laboral de los funcionarios que laboraban en las diversas instituciones del Estado.

El propio partido propiciaba seminarios nacionales e internacionales, se seleccionaba en base al mérito cada puesto que se iba a ocupar, se realizaban exámenes de admisión y psicológicos; también, se incentivaban y creaban condiciones para que toda persona que no había culminado estudios ya fueren primarios, secundarios o universitarios terminara sus estudios. En tanto, para los profesionales que ocupasen puestos, se ofrecía capacitaciones continuas de afianzamiento y actualización.

En las instituciones se fueron creando los departamentos y direcciones de capacitación, algunas adscritas a las instancias de personal, pero el fin era lograr el mayor desarrollo del recurso humano institucional. Al menos, así fue en la década de los 70 y 80 y muy bien vigilado por el Ministerio de Planificación y Política Económica. Con el cambio hecho a ese ministerio, ahora MEF, se perdió igualmente, la posibilidad de desarrollar de manera planificada, las capacitaciones gubernamentales del recurso más valioso.

Hoy, lo que se observa es terrible. Hoy, lo que impera no es el valor que debe tener el esfuerzo de un joven profesional que se quemó las pestañas e hizo un gran sacrificio para conseguir un título universitario. Hoy lo que se impone es la recomendación del diputado con influencia en las diversas instituciones que dice en una carta, nómbrese a esta persona con tanto de salario por el simple hecho de haber caminado en la campaña electoral de su circuito.

Por ello, en casi todas las instituciones se observan nombramientos de personas con salarios muy superiores a las capacidades académicas, laborales y profesionales, mientras que a muchos profesionales con una gran preparación académica, con comprobadas experiencias, con excelentes hojas de vida, en una especie de tómalo o déjalo, son nombrados con sueldos pírricos porque precisamente, ese salario que le debió corresponder por razones de mérito y preparación, ya le fue asignado al bien recomendado que no puede, porque no está capacitado, retribuir con trabajo, lo que se le está pagando y que finalmente termina siendo un garrafón.

Este tema de las recomendaciones clientelistas que hacen los políticos, solo está incrementando el pensamiento del despropósito en los jóvenes. Eso de que, para qué estudiar si es mejor apoyar a un diputado o cualquier otra figura, que al fin y al cabo son los que me van a resolver un buen nombramiento.

Estamos en el contrasentido del camino hacia un estado moderno, profesionalizado y dinámico; menos corrupto, menos coimero, menos clientelar. En este tema, uno apenas de los tantos entuertos que hay, todos tenemos algo de culpa al haber permitido que hoy en día, el lumpenazgo y la yeyezada se hayan tomado las estructuras políticas y, ahora, sean los que mandan.

Nuestra esperanza es que se acabe con la maleantería politiquera, con la narcopolítica, la corrupción y el clientelismo que cada vez más, carcome a la sociedad envilecida  en los antivalores que niega el civismo y se va trastocando y encostrando con la evidente actitud de un votante diezmado que de manera exacerbada actúa bajo el  criterio del que hay pa’ mi.

La necesidad del Estado panameño tanto en el escenario nacional como el internacional, impone retornar al principio de la buena administración, para ganar capacidades que puedan atender todos los requerimientos que necesita mantener el país y que pueda suplir las exigencias que aún nos mantiene como un punto de referencia mundial. Para estos efectos, la aristocracia del talento y la meritocracia deben imponerse al momento de los nombramientos para no estar observando la tragedia pública del mal manejo de algunos altos funcionarios, quienes de manera displicente pareciesen no importarles las críticas objetivas que le hace la opinión pública.

El autor es periodista y escritor

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