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Cuando ‘Cholo’ regresó (cuento).|

 

Por: Hermes Sucre Serrano

 

 Era de madrugada. Una lanceta de luz de luna se metía por una rendija de la ventana del pequeño condominio de la familia Rodríguez en el downtown de Río Abajo. Lusitania, medio dormida, escuchaba ruidos en la cocina.

Se quitó el cofal nocturno de la frente, empuñó una vieja raqueta de tenis y se fue a partirle la mollera al intruso. Centró su atención en una borrosa bola de cabello sal y pimienta que se movía en la oscuridad.

“Tenías que ser tú, zorra hartona”, gritó la mujer, mientras retrocedía, tanteando los almohadones de los muebles para amortiguar una eventual caída de nalgas.

Sobre un mojado cartón de juego de monopolio reposaba una caneca de ron Matusalem, el favorito de Juvenal “Cholo”Rodríguez, sorprendido cuando asaltaba el refrigerador para reconciliarse con su etílico estómago.

Lusitania era una mujer robusta, brazos gordos, parecidos a dos extinguidores, alta, ojos saltones y alegres, sonrisa burlona y una voz chillona de disco rayado.

Cuando se enojaba, cogía el tips nervioso de soltar y enganchar su tupida cola de caballo con una enorme peineta con dientes como de dinosaurio Rex. Si se ponía las manos en la cintura, como para bailar una quebradita, ahí venía el golpe.

De un raquetazo le tumbó un paquete de salchichas predestinado a flotar en una piscina de aceite.

_Ese desayuno es para la Tammy,  viene hoy, le increpó ella.

_Pero Tamara solo come Nuggets, respondió Cholo, con voz apagada y aliento de dragón.

_¡Recoge ese mugroso programa de carreras de caballos que dejaste sobre la mesa mojada!

_ Descarado paviola, ¿qué haces aquí un martes laborable?

_Mi amor, ­este es mi primer día de jubilado.

No puede ser  -exclamó ella-,  tan pronto pasaron 40 años en esa puñetera casa de empeño.

Lusi se recogió la rosca de cabello y gritó: ¡Caridad del Cobre, este hombre aquí todos los días!

“Chico… mañana vamos a Zona Libre a comprar perfumes para mi rebusca”, ordenó Lusitania Miñoso, una cubana nacionalizada panameña.

Perfumes, barbas y sustos

Juvenal pensó que su primer día de retiro iba a desayunar bistec encebollado con bollo y queso blanco, amenizado con la cortina musical del tango “Barrio de arrabal”, del inmortal Carlos Gardel.

Cholo era recién viejo, cabello sospechosamente negro, barriga cervecera ovalada, bigotes al estilo Dalí, con puntiagudas brochas hacia arriba, que hacían ver su narizota como entre paréntesis; chinguero 24/7 y un flautista de Hamelin a la hora de  convencer a los prestamistas.

Ya en la Zona Libre, Juvenal se dedicó a explorar los estantes de la mercancía menor, mientras la temperamental Lusitania descubría los secretos de Victoria.

Cholo descubrió unos paquetes de prestobarbas, de 5 unidades cada uno, a un precio de $1.50.

A la incómoda mujer se le subió la sangre a la peluca cuando lo vio venir con medio saco de prestobarbas y una sonrisa triunfalista.

“Picoteándose las cutículas de las uñas, lo cuestionó: ¿Tú piensas vivir tanto? ¡No me asustes con tantas afeitadoras!

¿Adivina quién vino a almorzar?

Apenas empezaba el síndrome del regreso a casa del jubilado sin júbilo. Tener que almorzar con un radio a todo volumen con los pronósticos hípicos.

La gritadera diaria derivó en rutina: “¡No entres con los pies mojados!, ¡Estoy trapeando!, ¡No metas la cuchara en la sopa!, ¡Recoge las medias¡, ¡No te sientes en la cama!, ¡Cierra que se meten los bichos!, ¡Saca la toalla mojada!, ¡Apaga la luz!, ¡No gastes tanta cebolla!…”.

Desesperada, llamó a sus dos hijos, Jaime y Aurita, para embarcarles al viejo unos días.

-Madre, te habla Aurita, sabes que voy a Hossana para ver si Chente renuncia a los happy hour de los viernes. Papi sería un pésimo ejemplo.

-Pero, él te puede ayudar con la cocina; sabe hacer un guacho de rabito muy rico.

-Mamá, ahora somos veganos; mi papá le echa mantequilla hasta al  codillo de puerco.

-Jimmy, quiero mandarte a tu papá unos días; ustedes siempre se han llevado bien.

-Mami, me llevo bien con Papi a 100 kilómetros de distancia. Yo no aguanto esa música arcaica de Daniel Santos, Toña la Negra, Libertad Lamarque, la Luna y el Toro de Gabino Pampini y Rolando Laserie.

Como nido de colibrí

Para mantenerlo ocupado, Lusitania le ponía películas de largo metraje y el reprise de todas las novelas.

Pero Juvenal comenzó a enviciarse con los largos metrajes, porque le permitían comprar vino, palomitas de maíz, choricitos secos; quedarse dormido y roncar como oso invernal.

Por lo pequeño del apartamento, ella intentó de todo para mantenerlo fuera de la casa o entretenido.

_Chico, te acuerdas que tuve que regalar el perro porque cuando movía la cola tumbaba todos los adornos.

El apartamento era tan pequeño que en el cuadro de la última cena seis apóstoles comían adentro y seis afuera

Una amiga libertina le recomendó una fórmula infalible para quitárselo de encima. Inmediatamente Lusitania puso en marcha el plan.

_Juvenito lindo, quiero que me ayudes con el supermercado. Te vas al 99 de vía Porras. De todo lo que te encargue, tienes que hacer comparación de precios con otros locales.

La muy taimada le ponía carnes distintas al principio, en medio y al final del listado, con la idea de que hiciera varias filas.

El buen hombre se iba al súper a las 7 de la mañana y regresaba al mediodía. Cuando llegaba, con la lengua de corbata, ella le decía: “Se me olvidó que no tengo fósforos…”.

Lo hacía regresar una y otra vez. “No vengas aquí sin el cebo de Cuba, aunque tengas que ir a Salsipuedes”.

Yahaira Fuentes, una vecina de “alante…alante”, muy adicta a los casos cerrados televisivos, la aconsejó: “¡Te falta calle! Lo tienes haciendo ejercicio y te va a durar 100 años”.

Lusitania respiró hondo y, antes de tirarse, desahuciada, sobre un sillón, gritó: “¡Piedad, Caridad del Cobre!

Cholo reaccionó.  Se sentó a su lado, le retiró el control de la televisión con la suavidad del que envuelve tamales, le acarició el contorno de las cejas, raspó la mejilla de la mujer con su incipiente barba, y le susurró al oído:

“¿A qué hora juega el Real Madrid…?”

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