Por: Arturo Garrido Alexandrópulos
El Reportero del Agro- _23 de agosto de 2024_
En un acto que raya en lo insólito y lo irresponsable, las autoridades panameñas han decidido abrir de par en par las puertas de nuestro mercado a las importaciones de carne de aves y cerdo provenientes de Brasil. Esta decisión, anunciada con bombo y platillo por el Ministerio de Agricultura y Ganadería de Brasil, no es más que un nuevo clavo en el ataúd de la soberanía alimentaria de nuestra nación.
El impacto de esta medida es devastador, no solo para nuestros productores locales, quienes luchan día a día por mantener a flote un sector vital para la seguridad alimentaria del país, sino también para los consumidores, quienes están siendo empujados a depender cada vez más de productos extranjeros, en detrimento de la producción nacional. ¿Acaso olvidamos los escándalos sanitarios que han plagado las exportaciones de carne brasileña en los últimos años? Es una afrenta a la competencia justa y un golpe bajo para aquellos que, con esfuerzo y sin las muletas de subsidios estatales, han trabajado por décadas para abastecer al pueblo panameño con productos de calidad.
Las declaraciones del presidente de la Asociación Brasileña de Proteína Animal (ABPA), Ricardo Santin, son una muestra más del cinismo con el que estos intereses extranjeros ven a nuestro país: una simple presa fácil, un mercado más a explotar. Hablar de «actuar junto con la producción local» es un eufemismo descarado para justificar la invasión de productos foráneos que desplazarán a nuestros productores, destruyendo empleos y comprometiendo la estabilidad del sector agropecuario panameño.
Panamá no necesita ser un satélite económico de ninguna potencia extranjera. Lo que necesitamos es fortalecer nuestra capacidad productiva interna, proteger a nuestros agricultores y ganaderos de la competencia desleal, y garantizar que el panameño promedio tenga acceso a productos que no solo sean asequibles, sino también seguros y producidos bajo estándares que respeten nuestras normativas y nuestra salud pública.
La complacencia con la que nuestras autoridades han permitido esta nueva invasión comercial es, en el mejor de los casos, un acto de negligencia; en el peor, una traición a los principios de soberanía y autosuficiencia que deberían guiar la política agroalimentaria de nuestro país. Mientras otros países protegen sus mercados y apoyan a sus productores, nosotros nos arrodillamos ante los intereses extranjeros, hipotecando nuestro futuro por un puñado de menudencias.
Es imperativo que los consumidores panameños despierten y comprendan las implicaciones de esta medida. No podemos permitir que el legado de nuestros agricultores se vea sepultado por una avalancha de productos extranjeros que, si bien pueden ser más baratos a corto plazo, nos costarán mucho más en términos de empleo, seguridad alimentaria y, en última instancia, nuestra soberanía como nación.
La historia nos juzgará por nuestras decisiones. Que no sea por haber entregado nuestro país en bandeja de plata a los intereses de quienes ven a Panamá solo como otro mercado que explotar.