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Sevicia.|


Por: José Dídimo Escobar Samaniego

 

Hace un año atrás, las fuerzas de seguridad del Estado colombiano, actuaron como para estos días, con absoluta y excesiva crueldad contra su propia población. Al hermano pueblo colombiano, sus autoridades, lo ven como fuerzas enemigas, como a quien tienen que vencer y estrujarlo hasta el extremo, sofocándolo hasta la muerte.

Cerrar una calle, apagar el alumbrado público y cometer toda clase de fechoría, acabando con la vida de jóvenes deseosos de realizar sus sueños, es un acto cobarde y vil, pero a decir la verdad, en las academias militares colombianas, eso es lo que se les enseña.

Panamá envía a muchos oficiales a entrenarse allá y creo que, esa colaboración debe ponérsele un término de inmediato, porque nada tienen que aprender nuestras fuerzas policiales de quien no respeta la dignidad humana y le valen nada los derechos humanos de las personas, tal como lo demostraron con hechos hace exactamente un año.

Quien actúa con sevicia, como la del ejército colombiano, en esta crisis, no es el resultado de un acto accidental, sino de una consuetudinaria y bien elaborada conducta y doctrina que, como tarea central, resguarda a una rancia y putrefacta oligarquía (césares de la decadencia) que, fue la misma que ejerció dominio en Panamá, hace siglo y medio y que nos sometió a un cruel abandono y que nos obligó a separarnos de la unidad bolivariana en la que creímos, pero fuimos estafados en nuestra buena fe.

Nos duele Colombia, no solo por la proximidad, sino además, por los fuertes lazos históricos que nos unen y que nos hacen tener un afecto especial por quienes son nuestros hermanos y vecinos y con los cuales compartimos el dolor e impotencia de ver como se ensañan contra él, quienes tienen el deber de protegerlos, de honrarlos, pero prefirieron profanar lo noble de ese hermano pueblo y se han dedicado, con sevicia, a matarlos en esta tétrica y malsana cacería en medio de una impresentable noche oscura de la historia colombiana contemporánea que pareciera que solo falta un mes para que termine por la Gracia de La Providencia y del esfuerzo sostenido de ese pueblo hermano.

Ojalá, si existieran hombres de honor en ese ejército, no se dejen arrastrar en esta insensata obra de muerte que los funde en el fuego de la deshonra y sepan reivindicar oportunamente, su deber sagrado de defender a su pueblo y no continuar en su triste papel de míseros verdugos.

¡Así de sencilla es la cosa!

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