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Promesas Que Jamás Se Cumplirán Porque El Dinero Manda

Por Gonzalo Delgado Quintero

 

En América Latina se vive aún, muy pendiente del pasado reciente. Esta región  sufre todavía las secuelas y resabios del autoritarismo.

Y aunque los pueblos no se defienden de dictaduras, hoy, están lidiando otros desafíos que les imponen nuevas luchas contra un enemigo que no es realmente nuevo, sino que se mantuvo como un fantasma, solapado, detrás y usufructuando de manera provechosa de las ventajas económicas obtenidas a través de las diversas dictaduras que estaban esparcidas por el continente.

Ese enemigo oculto esperó su momento y hace unos cuarenta años, surgió para tomar por sí mismo, las riendas del poder. Nos referimos a las oligarquías que en esta ocasión guiadas y fortalecidas por la idea neoliberal, están al frente con mayor fuerza, manejando la cosa pública, desde principios de los años 90.

En este escenario entra en juego el dinero y su poder para desvirtuar la voluntad del pueblo. Se altera la competencia suprimiendo la meritocracia, soborna el componente principal del sistema de valores, dicta políticas públicas incongruentes, hace frágil a las incipientes democracias otrora definidas por acendrados principios de solidaridad cristiana y se desnaturaliza la esencia primigenia de la coexistencia humana en su más profunda acepción o significado.

Pero estas son pautas seguidas a partir de la agenda global, planificada por los grupos del poder supranacional que desde hace más de tres décadas vienen sometiendo a los países más débiles. Este sistema se caracteriza por imponer la transnacionalización por vía de la privatización de empresas e instituciones estatales generadoras de riquezas. Además, promueven el mal uso del dinero y dictan pautas que deben seguir los gobiernos sometidos a leoninos contratos, pactos y/o tratados, siempre, a favor de ellos mismos. Convenios que legalizan el saqueo descontrolado de nuestros recursos naturales, cuyos beneficios van a parar a manos de estos sectores del poder económico extranjero, totalmente contrarios a los intereses de los pueblos.

Eso explica por qué no se cumplen las promesas de campañas. Porque con las medidas que les imponen a los países, los gobiernos se tornan débiles y se sienten obligados a distanciarse de sus compromisos electorales, convirtiéndose en meros tramitadores de obligaciones adquiridas que de no cumplirse conducen a la posibilidad de ser incluidos en listas negras, grises o ser declarados como Estados sin seguridad jurídica en el ámbito internacional.

Esas imposiciones sobre nuestro país nos ha llevado a la total pérdida de igualdades sociales, políticas y económicas, en un desenfoque total de una agenda de Estado socialmente participativa, cuando los asuntos de interés nacional son discutidos en recámara, tal y como en este momento ocurre con los temas electorales que, por ejemplo, se evidencia en la difusión desigual de los mensajes de los candidatos a través de los medios de comunicación que juegan un papel decisivo a favor de los resultados cuantificados de los ungidos por ese poder económico que cada vez más se va enraizando. Quien más aporta en propaganda, manipulará la opinión pública y el dinero centuplicará la influencia de quien tenga esa capacidad de pagar espacios.

Y no se trata de contenido, porque el dinero sobrepasa cualquier buena propuesta, otorgando mayor capacidad a la propaganda y obviando la opción electoral buena. En esa circunstancia el candidato se convierte en un producto y no jugando su papel de portaestandarte de las aspiraciones sociales.

Se reemplaza el debate y el programa, porque el dinero compra al votante frenético y hace favores. Luego, con la goma aún viva, solo se habrá exacerbado el carácter clientelar, repitiéndose en el caso de Panamá, cíclicamente, cada cinco años. Ese estilo de hacer política será lo normal para el común denominador de panameños, lo natural, porque además, así ha sido inducido ese clientelismo que cada vez hace más resonancia en la sociedad.

Finalmente, como se observa en la actualidad, las políticas gubernamentales giran en torno al proteccionismo del sector económico, nada más; el poder económico fija su influencia sobre las políticas públicas; el gobierno deja de solucionar problemas de interés general y se aleja de las expectativas del electorado y al final, el resultado es una extraordinaria y grosera corrupción rampante. El país está en problemas y con la oferta electoral que asoma para el 2024, peor. ¡Busquemos bien!

El autor es periodista, analista y escritor

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