Esta bastante arraigada la creencia que la Semana Santa empieza con los días libres que se conceden en los centros de trabajos sean del sector público como del privado.
La práctica de hacer notar que los días de descanso son propios de la semana mayor tiene evidente intencionalidad mercantilista, abrigado con el argumento de incentivar el turismo, especialmente hacia el interior del país.
Con esta tergiversación se olvida que la conmemoración de la vida, pasión y muerte de Jesucristo no arranca el jueves sino el domingo de ramos, es decir, un domingo como hoy. Y que a partir de mañana, cada día de la Semana Santa tiene un significado que no está ligado con el ocio.
Por esta singularidad muy de nosotros se le ha venido restando el sentido cristiano a la Semana Santa. Y la distorsión llega a tanto que el sábado de Gloria se ha convertido en el gran destape para el jolgorio y toda clase de parranda sin percatarnos que no se habrían disipado las primeras 24 horas del evento supremo del cristianismo, como lo es la muerte del hijo de Dios.
Según el resultado neto de los días reales, aquí terminamos celebrando, literalmente, el sacrifico de Jesús con una estruendosa bullanga sólo comparable con un sábado de carnaval sin culecos y tunas callejeras a lo que le viene faltando únicamente las trasmisiones de TV en directo.
Esta sinrazón existencial nos mantiene en un nivel esfumante de pertenencia y volatibilidad sobre asuntos trascendentes
No digo que sea el resultado de un dictamen científico, pero el hecho que estemos cargando una pesadísima cruz de políticos pajarracos de 5ta. categoría que apenas les alcanza capacidad para generar bobadas de cualquier tipo y clase mientras, pringando las palabras, dicen que actúan y deciden en nombre y representación del pueblo, bien pudiéramos considerarlo como la merecida penitencia que nos corresponde por la frivolidad con que asumimos las fechas clásicas de nuestra religión mayoritaria.
Nos corresponde rogar, bastante y suficiente, para que en esta Semana Santa se nos haga realidad el milagro que el mismísimo Jesús resucite soltando el látigo de cordeles para expulsar de los despachos públicos esa caterva de mercaderes, forajidos e impíos que profanan y ensucian el templo de la patria y hasta el alma nacional.
AMEN.