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Pedro Albizu Campos, el maestro, en el 58 aniversario de su partida

Por: Pedro Zervigón (Tomado del Post Antillano)

25 Abril 2023

(San Juan, 12:00 p.m.) Han pasado 58 años pero recordamos aquel triste día como si hubiera sido hoy. La muerte de Don Pedro Albizu Campos entristeció a todo Puerto Rico incluyendo a sus adversarios. Como bien dijo el querido amigo César Andreu Iglesias, «Albizu era la conciencia de Puerto Rico». Estas fueron sus palabras:

«Don Pedro Albizu Campos entró en la historia antes de morir. Ahora se inicia la leyenda. Y es ésta, más que aquella, la que inmortaliza a los hombres. Sería iluso creer que con su carne dolida termina la vida de Albizu. Más bien comienza. Su muerte marca el fin de una época. Fue, sin duda, el último vástago de nuestros próceres del siglo pasado. Sin ese eslabón, ¡quién sabe si hubiéramos perdido las raíces! Para definir a Albizu, basta una palabra, Albizu fue la conciencia de Puerto Rico. Lo fue para los que le siguieron. Lo fue todavía más para los muchos que lo negaron. En las hondas crisis, una conciencia sola puede salvar a un pueblo.

A los puertorriqueños nos tocó en suerte contar con Albizu… ¿Qué hubiera sido de nosotros de no haberlo tenido? Albizu aceptó su papel como destino inexorable. Nada tan terrible como hacer de conciencia de un pueblo. Habló cuando había que denunciar. Acusó cuando había que acusar. Y estuvo siempre presto a arrastrar las consecuencias. Su acción no conoció de compromisos, de concesiones, de rendimientos. Actuó como lo fue: una conciencia inapelable, absoluta. Ahí se originó la incomprensión. Si Albizu hubiera hablado con menos ira. Si Albizu hubiera denunciado con menos fuego. Si Albizu hubiera acusado con menos pasión… ¡Ah! Entonces, no hubiera sido conciencia.

 

Se ha pretendido minimizar a Albizu diciendo que su pueblo rechazó sus palabras y repudió sus actos. Pero eso es lógica de bachilleres. Muy poca importancia tiene que fuera repudiado o rechazado en alguno que otro momento. Lo que da la medida de Albizu es el impacto de sus palabras y de sus actos en la conciencia de todos los puertorriqueños, en algún grado… ¡Eso será lo perdurable! Y esa, precisamente, es la diferencia entre el apóstol y el político. El político está con todos, o pretende estar con todos. El apóstol está solo con su conciencia. No es él quien está con otros, sino que los otros están con él… ¡En la medida que sea y en el número que sea! Pero no son todos los que están. Y lo que es más importante: no están todos los que son.

El escrutinio mayor es el que hace cada individuo, a solas con su conciencia… Por sobre el voto formal está el voto callado del pueblo. Y como cada momento crítico comprueba, en la hora undécima, pueblo y conciencia se entienden. Lo sienten así, aun cuando no lo entienda, el puertorriqueño de piel más endurecida. Lo siente, en su fuero interno, el que se adapta a las circunstancias para su propio provecho. Lo siente el político que no ha perdido toda su dignidad. Lo siente el maestro, el abogado, el obrero, el empleadillo público… Lo siente y lo saben, no por intuición sino por convicción, ricos y pobres, hombres y mujeres, jóvenes y viejos. Y lo prueba el hecho de que en ningún hombre desbordó este pueblo mayor admiración que en Albizu. Tenía que ser así, por ser Albizu la conciencia de los puertorriqueños. Y a la conciencia se le reconoce y se le oye, hasta cuando nos hacemos de la vista larga y de oídos sordos. Tratándose de la conciencia de un pueblo, mal puede esperarse el triunfo de la persona que la encarna. Su misión no es salvarse, sino salvarnos. En ese sacrifico propio está su victoria: el triunfo final de la causa a la que Albizu dedicó la vida.»

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