Por: Gonzalo Delgado Quintero
La dignidad es un sentimiento invaluable que está en el alma de cada individuo y que, a su vez, es compartido por todas las personas y todas las culturas del mundo y Donald Trump parece que lo ignora o le vale un bledo.
Pero ese sentimiento es la expresión profunda del respeto por los seres humanos, sin distingo de procedencia, raza, sexo, religión o estatus económico, político o social. La dignidad es la empatía que existe entre todas las personas y que inicia por respetar el valor de cada individuo.
El mundo cada vez se convulsiona con más guerras y conflictos y los nubarrones aparecidos en el horizonte, indican que puede empeorar. El modelo de economía, al menos el impuesto a nuestros países, ha provocado el resurgimiento de estilos y conductas nefastas que ha llevado al renacimiento de gobiernos neofascistas.
Con Donald Trump y su descargada propuesta expansionista, de supremacía racial amenazante, al decir de las deportaciones y desalojos de emigrantes, además del cierre de las fronteras de Estados Unidos, pone en perspectiva el desempolvo del “Destino Manifiesto” en un discurso que afianza ataques contra México, Cuba, Canadá, China, Dinamarca por Groenlandia y Panamá por el Canal. Sus reiteradas palabras distan del respeto a la soberanía de estas naciones.
La dignidad implica, defender nuestra libertad que significa la capacidad de tomar nuestras propias decisiones de manera consciente y actuar en consecuencia, según nuestras propias convicciones y mejores intereses como país que respeta y es respetado en el concierto de las naciones del mundo. Tener dignidad es gozar de esas plenas libertades con total ausencia de imposiciones externas. La libertad significa no estar controlados por fuerzas externas o restricciones injustas que limiten la capacidad de actuar según la propia voluntad y que en nuestro caso como panameños, implica ser soberanos en todo el territorio nacional.
Sin soberanía no hay libertad y mucho menos dignidad. A nosotros no nos regalaron el Canal de Panamá. Con el Incidente de la Tajada de Sandía sucedido el 15 de abril de 1856 provocado por el norteamericano Jack Oliver quien se comió un pedazo de sandía y se negó a pagarle el Real a José Manuel Luna, lo que se convirtió en una auténtica batalla campal, resultando 16 norteamericanos y dos panameños muertos; con esta y las otras diversas luchas y gestas durante más de 150 años, desde entonces y en la propia era republicana, se fue consolidando en los panameños el deseo de alcanzar su soberanía, finalmente, lograda el 7 de septiembre de 1977 con la firma de los Tratados Torrijos – Carter, que puso fin y por tanto, hizo salir la última estaca colonial de nuestro territorio, cuyo acto remachó de manera perenne, el no retorno de este tipo y forma de presencia extranjera, el 31 de diciembre de 1999.
El comportamiento del norteamericano siempre ha sido extremadamente arrogante, prepotente, violento y agresivo con la población local panameña. Así lo fue todo el tiempo cuando existía la Zona del Canal. De hecho, desde entonces, se sentían respaldados en su actitud por el enunciado del artículo 35 del Tratado Mallarino-Bidlack, firmado el 12 de diciembre de 1846, que otorgaba un tratamiento preferente a todos los ciudadanos estadounidenses frente a la población local y a otros extranjeros residentes en la zona. En su primer párrafo, el artículo 35 decía lo siguiente: «Los ciudadanos, buques, mercancías de los Estados Unidos disfrutarán en los puertos de Nueva Granada, incluso los del istmo de Panamá, de todas las franquicias, privilegios e inmunidades en lo relativo a comercio y navegación de que ahora gozan los ciudadanos neogranadinos».
La arrogancia de Trump no es de extrañar, es propia del gringo ignorante con poder y éste tiene ambas. El observa todo en función de sus negocios y los de su camarilla. Pero, la pregunta es ¿Qué hará Panamá ante lo anunciado por el nuevo presidente de EU?
Esto no es relajo. El gobierno panameño debe actuar rápido. Esto es una amenaza abierta a nuestra soberanía, a nuestras libertades, a nuestra dignidad.
El presidente de Panamá, José Raúl Mulino, le contestó bien, pero no debe quedarse hasta allí, de manera inmediata, debe reestructurar su gabinete, hacer cambios profundos en el entendimiento del problema que se nos avecina. Se hace urgente fijar un gobierno de unidad nacional, reestablecer el apoyo internacional, pero de verdad y atender en una sala de situación los futuros posibles embrollos que puedan ocasionar acciones del gobierno norteamericano contra nuestro país, incluyendo otra posible intervención militar norteamericana en nuestro territorio. Si no se resuelve en el terreno de la diplomacia, para lo cual debe tener a los mejores negociadores, no quedará de otra, sino, hacer cumplir el Artículo 305 de la Constitución Política de la República de Panamá.
El autor es periodista, escritor y analista
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