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No los mató el río, sino la pobreza

Por: José Dídimo Escobar Samaniego

 

Eran la mayoría niños, a pesar de no ser de alto riesgo, se cuidaron y se escondieron de la pandemia y guardaban en su humilde hogar, junto al río, las medidas que escuchaban por la radio que había que implementar.

Vivian del río, allí buscaban el agua para todo, también lavaban sus pocas y tullidas ropas y era su piscina privada y en donde jugaban, a veces pescaban y camaroneaban. Jamás pensaron que el río Bejuco, llegara hasta ellos, y que lo hiciera cuando todos dormían, con una fuerza descomunal. Lo creían su amigo verdadero, como parte de familia, desde que nacieron y de un amigo de tal condición, no se espera traición.

La familia, no solo fue víctima del río, fue, ante todo, martirizada por la pobreza que, es común en todos esos lugares olvidados, desde que, el General Torrijos, tenía la costumbre de visitarlos en la década el 70 y de compartir con ellos y buscar la manera para dignificarlos y hacerlos actores también de la historia nacional.

El 8, 9 y 10 de abril de 1970, se desbordó de una manera descomunal el río Cricamola, es un río de la misma vertiente caribeña de Panamá, ubicado en la Comarca Ngäbe-Buglé, tiene una longitud de 62 km. y en cuyo tránsito se desarrollaban muchas comunidades indígenas como Boca de Río, Kankintú, Nutiví entre otras. Al verificar Omar Torrijos que centenares de familias habían perdido a muchos seres queridos, sus cosechas y animales, y todo estaba inundado, descubrió por los vuelos de su helicóptero que, en el cauce del río había un lugar amplio, al que no pudo cobijar con su agua. Ese Lugar seco, era una finca privada de un colombiano.  Inmediatamente Torrijos negoció con el dueño de la finca y la tomó en nombre del Estado panameño y movilizó a todos los que habían perdido sus haberes y sus seres y se fundó lo que hoy se conoce como Bisira. El, personalmente dirigió la operación y gran parte de las casas se construyeron con material local, madera y con zinc traído de la ciudad, porque ese líder aplicó la máxima constitucional que; el bien particular, debe ceder ante el bien general.

Otra crecida grande del Cricamola ocurrió en la década de 1940. Todos los sembrados de bananos que tenía la Compañía, United Fruit Company, en las márgenes del Río, y el centro de procesamiento en la Boca del río, fueron arrasados por el río y desde entonces la compañía desistió de sus operaciones en esa zona, cercana a Chiriquí Grande.

Acá en Veraguas, en el Río Bejuco, la familia que no se pudo llevar el COVID-19, porque se cuidaron y porque estaban cubiertos por el olvido, se la llevó furtivamente, en la oscuridad, el río de la pobreza y la angustia de la muerte los sentenció, a casi todos de la familia, en los cuales solo un sobreviviente queda, de esa casa que, estaba presente y otros familiares que por asuntos de trabajo estaban en Las Tablas y en Panamá.

La muerte de esos niños, el 10 de agosto de 2020, hace cuatro años atrás, también nos compete a todos, porque en el país, la desigualdad es de tal magnitud, que unos se mueren de hambre, mientras que otros se mueren de congestión. La pobreza, no es una condición psicológica, es algo real, en la que un cuerpo mal alimentado o subalimentado, tiende por causa de la anemia, que es común, en desconectar el cuerpo en sueños profundos como para evitar tener conciencia de la angustiosa situación que se vive. La falta de atención de salud hace que los parásitos o enfermedades curables, en las familias pobres, haga la muerte, su agosto.

Precisamente, en esta zona olvidada, en los últimos 15 años de gobierno, se ha desarrollado un acaparamiento de tierras por gente inescrupulosos que, se las quitaron a campesinos pobres o se las compraron a precio de bicoca, y ellos, algunos extranjeros, contaron con el apoyo de ANATI, para titular inmensas cantidades de hectáreas y hoy están metidos en el negocio de vender especulativamente, esas tierras a precios multimillonarios, sin que proceda ninguna investigación profunda de trazabilidad de todo los actores de este extraordinario despojo que le ha causado un serio daño al patrimonio nacional.

Es el caso que muchas sociedades compuestas por personas que, no tienen ni idea dónde están sus tierras, sin embargo, alegaron ante ANATI que las tenían desde tiempos inmemorables, pero sin poder justificar dónde está alguna actividad agropecuaria o de otro modo que pruebe sus usos que alegan, por la cual la solicitan en compra al Estado.

Todas esas fincas de hace más de 20 años en la vertiente y con frente de playa en el Atlántico, y para atrás, deben ser investigadas y que se compruebe lo que todos sabemos que el Estado no ha recibido una justa compensación, casi nada a cambio y que los tenedores de esas propiedades solo la han adquirido y acaparado, para especular con bienes que pertenecen a todos los panameños.

Esta muerte, de toda una familia, y de vidas que apenas empezaban a andar sus caminos y hacer sus destinos, a cuatro años de su desaparición, nos debe llamar la atención, sobre la disparidad en que vivimos los panameños, en la falta de solidaridad y como se ceba en los pobres, la desgracia, que no nos es ajena.

Los que murieron están seguramente participando de una gran fiesta en el cielo, viéndole el rostro al Señor y habitando una morada, que Jesucristo construyó, donde nada perturbará ni su paz, ni nada les quitará la alegría y el gozo eterno. Nosotros, los que sobrevivimos, debemos hacer lo que esté en nuestras manos para construir una sociedad sensible y solidaria, porque tarde o temprano debemos dar cuenta de todo aquello bueno, que pudiendo hacerlo, no lo hicimos.

¡Así de sencilla es la cosa!

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