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La Profecía

(Testimonio)

Por:  Mallela V. Pérez Palomino

 

Carlos Francisco Pérez Palomino, Mayuly Pérez Palomino y Rolando Alberto Pérez Palomino

 

Éramos tres: Paquito, Rolando y yo.  Niños en edades de primer y tercer grado de primaria.

Corríamos de un lado a otro, mientras sorteábamos los remolinos de hojas secas en la Placita de Toros de nuestro pueblo natal: Guararé.

Se respiraba una consternación sin límites, Todos dejaron sus actividades rutinarias.  Pegados, la mayoría, a la radio con actitud adusta y meneando la cabeza.

Otros, viendo las pantallas en blanco y negro de televisores situados en las abarroterías de nuestra locación pueblerina.

La información era confusa, y a veces, contradictoria.

La autora de este testimonio con su Hermana Mayuly en 1968.

 

En eso, alguien en el parque gritó: “LOS GRINGOS ESTÁN MATANDO A LOS ESTUDIANTES”.

Nosotros oíamos noticias aquí, rumores y comentarios de allá.

Finalmente nos pusimos al lado de un viejo catalogado por los guarareños como revolucionario.

Él estaba, solitario y callado, muy concentrado escuchando en su radio de batería.

Entonces prestamos oídos al comentarista, el cual aseveró que la bandera que llevaban los estudiantes fue rasgada por los zoneítas para evitar que fuera izada en la escuela de los jóvenes gringos.

Y agregó, que el estudiante que llevaba el lacerado pendón, iban llorando…

Los tres lloramos, y nos miramos como avergonzados de la debilidad mostrada con nuestras lágrimas infantiles, tal vez de nuestra impotencia; porque ¿qué podrían hacer tres niños interioranos ante tamaña afrenta?

Tragamos saliva en seco y nos fuimos retirando al hogar, cabizbajos y arrastrando los pies.

Íbamos enfilando camino a casa, cuando el anciano del radio, se volteó y casi nos gritó: “Niños, no se apenen por llorar, porque serán ustedes quienes defenderán esa enseña y reinvindicarán esta deshonra”.

Su voz sonó llorosa, como un quejido articulado.

Abrimos desmesuradamente los ojos al escuchar la gran responsabildad que nos acababan de endosar y por fin, llegamos al hogar con la misión de contarle a nuestra madre los últimos acontecimientos.

Allí estaba ella, atendiendo a nuestra hermana recién nacida.

Tenía la mirada encendida.

-Mama, mataron a los estudiantes y rompieron la bandera-le reportamos.

Y ella nos replicó:

-Gringos, hijos de su puta madre que los parió. Algún día se irán de allí, ya verán-.

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