Por Rogelio Antonio Mata Grau
Los niveles de violencia que el gobierno de Mulino emplea ahora en Bocas del Toro, solos es comparables con la brutal y cobarde agresión de la Invasión militar norteamericana del 20 de diciembre de 1989.
Bocas del Toro no es solo un paraíso natural ni un destino turístico pintoresco. Es también una región empobrecida sistemáticamente, marginalizada por el modelo centralista del Estado panameño, y víctima constante de políticas públicas que responden más al capital trasnacional que a las necesidades de su gente. Hoy, Bocas del Toro está en una encrucijada: entre la dignidad de su pueblo y la voracidad de intereses que buscan despojarlo de su territorio, su cultura y sus recursos.
Un modelo de acumulación sin inclusión
Las protestas recientes, protagonizadas por trabajadores, pueblos indígenas Ngäbe-Buglé, estudiantes, educadores y comunidades afrodescendientes, revelan el hastío ante una situación de abandono estructural: Infraestructura colapsada: Vías intransitables, escuelas sin condiciones mínimas, hospitales sin médicos ni insumos. Desempleo y precariedad: Pese a las promesas del turismo y las inversiones extranjeras, la mayoría de la población no accede a los beneficios. Represión y criminalización: Las protestas son respondidas con gases, balas y estigmatización mediática. Bocas del Toro vive el mismo modelo que se replica en muchas regiones del Sur global: acumulación para unos pocos, desposesión para las mayorías.
Una historia de rebeldía, dignidad y esperanza
La memoria de lucha recorre los montes, las islas y las calles de Bocas del Toro. Desde los tiempos del enclave bananero hasta las recientes movilizaciones contra la exclusión, el pueblo bocatoreño ha demostrado una admirable resistencia La música —especialmente el calipso— es un lenguaje de resistencia, alegría y denuncia. Como afirmó el músico e investigador panameño Lord Panama: “El calipso es el periódico del pueblo, ahí está todo: el sufrimiento, el abuso, el humor, el trabajo y la esperanza.
Es nuestra manera de hablar cuando nadie nos escucha. «Junto a la música, el guari-guari —lengua criolla afrocaribeña— actúa como vehículo de expresión, donde se conserva la memoria y se afirma la dignidad. La rebeldía del pueblo bocatoreño encierra un proyecto de futuro. Lucha por una sociedad más justa y por una nación más robusta, en donde toda la provincia sea reconocida como sujeto de derecho.
Una crisis violenta, una dignidad en llamas
La provincia es escenario de una creciente conflictividad social. Las movilizaciones masivas han sido respondidas con represión. Niños asfixiados por gases lacrimógenos, comunidades sitiadas, hospitales sin medicamentos: esa es la otra cara del abandono. Esta violencia tiene raíces estructurales: un modelo de desarrollo excluyente, un racismo estructural y una institucionalidad colapsada. La violencia visible de hoy es el resultado de décadas de injusticia acumulada. Pero el pueblo bocatoreño no clama venganza: clama justicia. Su grito resuena con fuerza: ¡Bocas no se rinde, Bocas resiste!
Un llamado urgente a la conciencia y al compromiso nacional
La crisis no se resolverá con represión ni discursos vacíos. Panamá necesita un diálogo sincero, donde la población bocatoreña sea escuchada y atendida. Convocamos a todos los sectores del país a comprometerse con un nuevo pacto social que garantice salud digna, educación de calidad y una vida con justicia para Bocas del Toro y todo el país. No hay paz sin justicia. No hay nación sólida si sus márgenes están rotos. Que la encrucijada se transforme en camino. Que la herida se transforme en puente.
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