Por: Ramiro Guerra Morales
Tengo para con ellos, mis profesores de derecho en la Universidad de Panamá, una eterna gratitud porque de ellos no solo aprendí conocimientos jurídicos, sino valores, sentido de responsabilidad para con el país y amor por la justicia.Fueron verdaderos maestros, con un dominio extraordinario de la pedagogía, es decir del proceso de enseñanza, aprendizaje, que hacían de sus clases brillantes conferencias y ponencias en torno a temas jurídicos y legales de transcendencia patria y del mundo forense nacional.
En nuestra mentes tenemos grabadas las clases del Dr. Dulio Arroyo, quien legó para las generaciones posteriores sus voluminosos tomos de los contratos civiles, de obligatoria consultas para los abogados que se mueven en el mundo del litigio y de los llamados “flaicitos”, (bolas al aire fácil de apañar), manera con que describía sus exámenes de desarrollo; y que decir de las discusiones doctrinarias que se suscitaban en la facultad de derecho entre el Dr. Eloy Benedetti y el Dr. Julio Linares en torno a la primacía del derecho interno y el derecho internacional; los diálogos que se suscitaban entre el Dr. César Quintero con el Dr. Jorge Illueca en torno a temas relacionados con la cuestión del Canal de Panamá. Cómo no recordar la clase del gran “Pet” (Dr. Pedro Barsallo), quién hacía gala de un gran dominio del derecho procesal civil; estricto en sus clases, que producía temor, pero que hoy entendemos y comprendemos, en tanto que aspiraba a formas buenos abogados y rectitud en el obrar.
A nuestra memoria llegan las enseñanzas de ese gran maestro, Dr. Humberto Ricord, conocedor del derecho del trabajo; intelectual con gran dominio de la historia y excelente pedagogo. Con él, aprendimos las interioridades del materialismo histórico y dialéctico. Era exigente en cuanto al dominio del lenguaje y la escritura.
Cuánto nos dolió en aquella época la muerte del Dr. Saucedo Polo, que dominaba la doctrina de los denominados Títulos valores y muy comprensivo con los estudiantes; disfrutaba enseñarnos todo lo referente a la letra de cambio, el pagaré y el cheque. Él, junto con el Dr. Julio Altafulla, nos adentraron en los vericuetos del derecho comercial.
En la Ciencia Política y la Introducción al Derecho, excelentes profesores como el Dr. Winston Robles y el Dr. Julio Souza Lennox, nos introdujeron en la problemática del estado moderno y las bases del derecho. Teoría y doctrina, siempre estuvieron presente en las clases para entender la problemática del estado y del derecho.
No podemos dejar de mencionar el hombre de la pipa, de personalidad estricta, se fijaba mucho en la puntualidad y en el vestir de los estudiantes, el Dr. Eduardo Lombana, conocedor del derecho Internacional Privado. Nunca faltó a su clase; demandador de mucha productividad en su cátedra. Dudo mucho, de algunos de mis condiscípulos, hayan salido de la Universidad sin conocer esta rama del derecho.
En derecho administrativo, tuvimos la fortuna de contar con el Dr. Feliciano Sanjur, conocedor a fondo de esta materia. Tres ejes de su cátedra lo fueron los actos administrativos, las resoluciones y recursos administrativos y los contratos administrativos.
Derecho de familia y sucesiones; contamos con el gran académico, el Dr. Rogelio María Carrillo. Con él, caminamos todas las instituciones de estas ramas del derecho; al igual que los citados, dejó huellas en el panorama nacional. Sus libros, en torno a esta materia, todavía en forma de folletos, nada tiene que envidiarles a otros doctrinarios extranjeros. No podemos dejar por fuera, al Dr. Narciso Garay, maestro en teoría de las obligaciones. Se valía de ejemplos y chistes en doble sentido para explicar los atributos del derecho de propiedad y para ello usaba como ave preferida para darse entender, la paloma. Como ruborizaba a unas estudiantes monjitas que se sentaban en las primeras filas. Como corolario de esta pléyade de maestro, invocamos al hombre de la buena fe, (bona fide), Dr. Camilo Octavio Pérez, otro gladiador del derecho y amante de la justicia, crítico y autocrítico, escritor profundo y cotidiano que, cuando estuvo en la Corte Suprema dejó una frase señeramente apocalíptica en la que se refería a la máxima corporación de justicia como: “la Corte Suprema de Justicia (CSJ) es un potrero lleno de garrapatas”.
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