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Breve recuerdo del 9 de enero de 1964.|

 

Por: Eduardo A Reyes Vargas.

 

Mi edad eran 17 años. Cursaba el quinto  año del Instituto Justo Arosemena.

No estaba permitido ninguna asociación de estudiantes  salvo las Directivas de Sociedad de Graduando, Club de Ciencia , Filosofía y otros.

Residía yo en la  Antigua Plaza de la Lotería en Avenida B, diagonal a la sede de la antigua  Policía Secreta de Panamá,

Residía con mis padres y hermanas en una casa identificada como la 11-39. Hoy en restauración.

Desde el balcón de la misma apreciaba el disgusto de nuestra población  santanera, chorrillera y de san Felipe que mantuvo combates callejeros con la Policía Nacional que evitaba el enfrentamiento de nuestro pueblo con los residentes y tropas de USA en la Antigua Zona del canal, lado Pacífico.

Como la historia ha recogido en forma amplia, los panameños rebasaron a las autoridades  y hubo los enfrentamientos ya conocidos con nuestros recordados mártires como  víctimas de esa desigual lucha.

Desde el balcón de mi casa mi ímpetu  de joven me estimulaba a bajar  para unirnos a las protestas. Mi padre, autoridad de casa, me lo impidió.

Aviones de guerra de USA volaban a baja altura para provocar el temor  y  el miedo a la población. Eso no fue impedimento para esa lucha.

Emisoras comprometidas con la patria nos mantenían al tanto de lo ocurrido y expresaban su indignación ante tal abuso de las autoridades de USA.

Pasada la violencia, se prepararon los funerales  de nuestros mártires.

En compañía de los compañeros, Julio Román, Juan de Dios Navarro, Rolando  Miró y mi persona acudimos con nuestros uniformes del IJA a los sepelios.

Juan de Dios reside en Santiago, Creo Rolando en Penonomé. Julio se hizo sacerdote y lo último que supe era que estaba en Guatemala.

Hacíamos  coros de las arengas anti- USA.

Una familia pobre de Panamá la Vieja, al vernos agotados  por la caminata, nos ofrecieron agua y un almuerzo.

Fue su acto de solidaridad con lo ocurrido.

Pero lo que en la memoria aún persiste fue notar  que un miembro de la familia de Panamá La Vieja, le solicitó a su madre, su comida.

Un gesto facial de su madre basto para entender que la comida de esa familia pobre, nos las habían dado a nosotros.

Nos percatamos  de ello y con vergüenza le dimos nuestro agradecimiento,  sobre todo a la señora madre.

Realmente ninguno de los cuatro tenía para al menos devolver algo de dinero por ese favor.

Siempre nuestro agradecimiento y bendiciones a esa familia, cuyo nombre por el pasar de los años olvidamos.

Pasado los años cada vez que atravieso la calle principal de Panamá  La vieja, trato de reconocer, en un paisaje ya modificado, esa humilde casa.

Siempre ese pueblo pobre, solidario y patriótico.

Fuimos estudiantes   comprometidos con un país humillado, producto de los valores  del  amor al terruño  dictados en  las clases de  profesores de  Educación Cívica  de esa época, resaltando entre ellos el profesor Luis Muñoz.

Aparte de los compañeros mencionados existían otros con iguales valores que han persistido en  nosotros, a lo largo de nuestra vida.

La patria y nuestra educación deben recordar siempre a todos los panameños que se han inmolado por nuestra soberanía y destacar que si hay nacionales con amor a su patria.

Todo ello ante los esfuerzos de algunos gobiernos de olvidar eso hechos heroicos.

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